Por José Llamos Camejo (Exclusivo para la Voz de Vietnam).
Huele a coraje, a quijotes; huele a cosas sagradas; los vientos de Hue arrastran efluvios evocadores; ¿acaso vienen del alma de la ciudad?. Los expertos dirán que no, que es un desvarío del observador, que los monzones de la otrora villa imperial expresan variables meteorológicas; solo eso.
Pero el viajero busca otra explicación; le atribuye otro origen a la solemnidad de la brisa en un sitio donde la proeza roza lo mitológico. ¿Será la historia, que se escurre aleccionadora entre los poros de Hue?, ¿será la urbe, que despoja a los vientos de sus componentes físicos esenciales, hasta convertirlos en soplos de la memoria?.
Puede ser alucinación frente a la epopeya; puede ser que la leyenda extravíe los sentidos; quién sabe si la épica que irrumpió en Hue aquella madrugada, ahora invade la intuición del recién llegado.
Combatientes revolucionarios de Vietnam entraron en Hue en enero de 1968 en sus esfuerzos por liberar la ciudad
|
Todo empezó antes del último amanecer de enero de 1968, cuando ya estaba en marcha la ofensiva del Tet; Hue, entonces ocupada por efectivos pro yankis y gringos, figuró entre el centenar de objetivos de la gigantesca operación militar simultánea, lanzada por los guerrilleros al mando del General Vo Nguyen Giap.
Los héroes vietnamitas parapetados a conveniencia en la oscuridad de la selva, penetraron en la ciudad; previamente había despistado a la inteligencia enemiga, -otra vez David sorprendió a Goliat-. Ante la audaz e inesperada embestida, los sorprendidos reaccionan con desconcierto, cundió el pánico, se retiran.
Pero la retirada fue temporal; los invasores y sus aliados contraatacaron con todo su poderío. Transcurrió una semana de combate dispar, encarnizado. Pese a la superioridad de armamentos y fuerzas, la coalición norteamericana-sur vietnamita encontró una resistencia que ellos no habían calculado.
A golpe de audacia, aferrados a sus trincheras, los soldados de Giap, diseminados en el complicado escenario intramuros, de calles estrechas e inmuebles antiguos, se convirtieron en duendes para los agresores; aparecían cuando menos los esperaba el contario, golpeaban y desaparecían de imprevisto, hasta aparecer otra vez en el lugar impensado.
Un soldado estadounidense levantó sus brazos llamando a un helicóptero a socorrer a sus compañeros de combate heridos en el bosque en Hue en abril de 1968
|
Se peleaba en las calles, cuadra por cuadra, casa por casa, pulgada a pulgada; en los alrededores y el interior de la urbe, en las orillas del río Perfume; se pelaba en los edificios, en el palacio imperial, en las cabezas del estratégico puente Trang Tien, que delimita a dos sectores de Hue.
Aumentaba la intensidad del combate, las bajas se multiplicaban de lado y lado, en la moral de los invasores aparecieron las grietas, anidó entre sus filas la incertidumbre. De poco le había servido a Goliat su poderío militar, estaba rabioso, impotente, lleno de odio; por eso tomó la brutal decisión: arrasar.
Incapaces de descifrar las tácticas de los intrépidos guerrilleros, ante la imposibilidad de poder doblegarlos, toda la furia imperial cayó sobre Hue; la embestida fue cruel, desproporcionada: tanques, modernas piezas de artillería, aviones y helicópteros lanzaron una lluvia de muerte y metralla, sin distinguir entre combatientes, mujeres, niños ni ancianos. Miles de pobladores, la mayor parte civiles, quedaron sin vida; decenas de miles sin casa -"daños colaterales"-.
Cinco aviones de Estados Unidos, cada uno transportaba 3.785 litros de defoliantes con el agente naranja/dioxina los rociaron sobre el bosque fuera de la ciudad el 14 de agosto de 1968
|
Cuerpos destrozados, edificaciones en ruina, imágenes espantosas que recorrieron el mundo; y el mundo que se irguió frente a la barbarie, mientras Robert Kennedy lamentaba la incapacidad estadounidense:"…con medio millón de soldados, con el dominio total por aire y mar, apoyados por los enormes recursos y las armas más modernas, somos incapaces de controlar incluso una sola ciudad…".
Negada rendirse y pactar con el enemigo, la Hue devastada emergía victoriosa, como el personaje de una obra del escritor Ernest Hemingway, que no se dio por vencido frente a la bestia en medio del mar encrespado: “un hombre puede ser destruido pero no derrotado”, responde en la encrucijada. Con su indómita resistencia, Hue le da vida, con personajes y escenario reales, a la obra de Ernest, legando para la historia su novela hermosa y trágica, escrita con sangre, pasión y dolor.
Allí, donde Ho Chi Minh vivió parte de su niñez, la gesta perdura con su apariencia de mito; el eterno olor a semilla, a herencia, a cosas sagradas, vuelve a perturbar los sentidos, y una vez más, frente a la epopeya, las preguntas irrumpen: ¿Acaso los vientos aquí, provienen del alma de la ciudad?, ¿serán efluvios de la memoria?, ¿acaso brotan de sus murallas, de las calles, de la intimidad de sus muros?