Y entre tantos recuerdos, Vietnam

José Llamos Camejo
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(VOVWORLD) - Esa tarde, cuando Ariel iba de regreso al hogar, la frase todavía le quemaba el pecho. Aún lo hace. «Aquellas palabras fueron las últimas que me dirigió el Comandante (en Jefe), y para sorpresa mayor invocaban nuestra presencia en Vietnam».

Alza las pupilas, descorre los días, hilvana recuerdos. El doctor Ariel Soler Muñoz rememora en detalles su abreviada estancia en la habitación donde se encontraba Fidel el 19 de noviembre del 2016. «Entré; él me miró, su rostro se iluminó como nunca antes yo lo había visto; entonces me dijo: “el anestesista de Vietnam”, y cerró los ojos; eso me causó una impresión muy fuerte».    

Fue un instante de privacidad entre el convaleciente y el Especialista de Primer Grado y Profesor Titular de Anestesiología y Reanimación, quien le aplicó al paciente un procedimiento médico y luego se retiró, sin sospechar que aquella sería la última vez, aunque sabía que la situación era delicada.

¿POR QUÉ VIETNAM?

La pregunta como un acertijo ronda el pensamiento del también profesor de mérito del Centro de Investigaciones Médicas Quirúrgicas (CIMEQ). Su labor como integrante del equipo de galenos que protegió la salud de líder cubano durante 43 años, empezó precisamente en la nación indochina en 1973, con la memorable visita del entonces Primer Ministro de la Isla.

Y entre tantos recuerdos, Vietnam - ảnh 1 A los 90 años de edad, Soler Muñoz guarda intactas las vivencias de su estancia en Vietnam.

Aquel sería el primero de 57 viajes que Muñoz compartió con Fidel; pero en Vietnam había estado antes, en dos ocasiones, la primera de ellas en marzo de 1967. Arribó a Hanói, vía Pekín, tras un zigzagueante periplo.

«Viajé con otro grupo de compatriotas que iban a adquirir experiencias, entre ellos el hoy cosmonauta y Héroe de la República de Cuba, Arnaldo Tamayo Méndez. Entramos por ferrocarril, bajo el peligro de ser bombardeados. En el tren nos informaron que tres pitazos serían la señal de que el enemigo atacaba».

«Nos dijeron que en tal situación, una vez que el vehículo detuviera la marcha debíamos correr 200 metros hacia la izquierda. Esa noche no pude dormir. A las tres de la madrugada el tren se detuvo; tuvimos que caminar un trecho con el equipaje en las manos; la línea había sido atacada y la población la restablecía».

«Allí recibí la primera lección de los vietnamitas. En medio de la madrugada, cientos de personas, entre ellas mujeres; unos muy jóvenes y otros de edades más avanzadas, cargaban piedras, tierra; apisonaban el suelo y lo compactaban para reacomodar las líneas del tren».

«Para suerte nuestra, de los cuatro kilómetros que nos habían informado como destruidos por los bombardeos, solo tuvimos que caminar unos 400 metros; el resto ya lo había reparado aquel “hormiguero humano”; ¡eran como hormigas, sí, pero bravas!».

«Al amanecer nos impresionaban los cráteres abiertos por las bombas. Tendrían unos ocho metros de diámetro; los vietnamitas los aprovechaban para sembrar lechuga y otras hortalizas; son increíblemente creativos».

BOMBARDEO DE «ESTRENO»   

 Ariel se incorporó como médico a la Unidad 108, que era el hospital militar del ejército vietnamita en Hanói. Pocos días después llegó el primer bombardeo: «sobre las 10 de la mañana, aviones gringos atacaban unos talleres a cuatro kilómetros de nosotros, el hospital vibraba, la dirección ordenó llevarme a refugio; intenté salir, pero un soldado me lo impidió».

«Los vietnamitas actuaron así para protegerme –razona el especialista cubano–, pero el hecho me molestó y se lo hice saber: “no vine a esconderme en refugios, sino a colaborar y a enfrentar con ustedes los mismos riesgos y a compartir su suerte».

«Me hospedaba en un hotel que también tenía su refugio, pero yo rechazaba  la idea de descender hasta aquel subterráneo. Obedecí a ese instinto. Y la “obediencia” me permitió presenciar espectáculos trágicamente hermosos. Una tarde un F-105 atacó en picada al puente sobre el Río Rojo; cuando ganaba altura el fuego antiaéreo le arrancó un ala, el avión hizo un giro de 90 grados, explotó. Otro día vi a un piloto gringo bajar en paracaídas; llegó muerto a la tierra». 

 «Cierta noche, desde mi balcón observé las luces intermitentes de aviones yanquis casi en vuelo rasante, y las antiaéreas vietnamitas de todos los calibres explayadas en trayectoria 'arrasante', parecían fuegos artificiales; ¡qué noche!».

UN EPISODIO TRISTE

La segunda estancia de Ariel Soler en Vietnam, de enero 1968 a julio de 1969,  transcurrió en el hospital San Paul, de Hanói; adiestraba para la guerra a un grupo de jóvenes, como anestesistas reanimadores. «Eran once hembras y un varón. Por las mañanas le daba clases prácticas en el salón de operaciones, y en las tardes les impartía contenidos teóricos».

De esa etapa Ariel rememora casos como el de la embarazada víctima de una mina; un proyectil plástico le penetró en el vientre, «mató al feto; ella pudimos salvarla.

A otra mujer la alcanzó una mina en el campo, «ella y la criatura que llevaba en el vientre llegaron muertas, su hijo de 6 años quedó mal herido, pero salió con vida». 

Otra noche llevaron una jovencita al San Paul; el tranvía de Hanói le había cortado accidentalmente las piernas; «la asistimos rápido, pero estaba exangüe», refiere el doctor. Los médicos vietnamitas le contaron que la infortunada era nativa de Hue, localidad central de Vietnam azotada por el hambre a principios de 1950.

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Atrás, el segundo de izquierda a derecha, el doctor Ariel Soler Muñoz en el hospital de Hanoi, con sus discípulos vietnamitas. Foto tomada en 1969.

Para proteger a los niños de Hue, el gobierno los evacuó hacia el norte del país; los varones y las hembras fueron ubicados en lugares distintos. De los padres quedaron en la zona de hambruna, la mayoría murió. Cuando los pequeños se hicieron jóvenes, unos fueron a la guerra y otros encontraron empleo. La accidentada era parte del último grupo; trabajaba en una fábrica de Hanói.

El soldado que la buscaba era, como ella, huérfano evacuado de Hue; estaba en la guerra y le habían dado permiso en su unidad militar. En el hospital los médicos lo llevaron a una habitación. Y allí, sobre una camilla, yacía la joven; su hermana; no se veían desde que, siendo niños, salieron de Hue. 

«¡Conmovía el rostro de aquel muchacho al encontrar a su hermana muerta!», refiere Soler Muñoz. Y conmueve el semblante suyo al contar el estremecedor episodio.

COMBATIENTE INIGUALABLES

Soldado como el vietnamita no existe, asegura Soler, y evoca a unos jóvenes a los que vio desafiar las bombas en el rescate de un puente atacado una y otra vez por los gringos. «La metralla destruía el puente y de inmediato los muchachos lo levantaban. Eran de un valor admirable. Algunos pagaron su osadía con la vida».

«Tuvimos que cruzar ese puente para llegar a Thanh Hoa, donde participamos en un congreso médico de Vietnam–continua relatando el doctor–. Algunos de los temas expuestos en el evento destilaban heroísmo; recuerdo la experiencia que llevaron, sobre la formación de enfermeras en la selva».

«Al graduarse ellas, recibían un cuchillo y un saco de maíz como ajuar. Luego, cada una se infiltraba en una de las aldeas. El cuchillo servía para construir su choza, el maíz para sembrarlo y ayudar en la alimentación de los aldeanos, y el conocimiento de enfermería para atender la salud de la población; cosas de heroínas».

En esa misma zona los gringos bombardearon un hospital de 500 camas. Pero los vietnamitas, que no se dan por vencidos, trasladaron sus pacientes para unas grutas cercanas; los cubrían con hules para protegerlos del agua de las estalactitas; las salas de operaciones estaban situadas en el ángulo formado por la pared vertical de unos mogotes y el suelo.

Vivencias así, y otras muchas que experimentó el médico de la Isla en la patria de Ho Chi Minh, o algunas que compartió con el Comandante en Jefe, tal vez inspiraron el calificativo de Fidel para este galeno: «El anestesista de Vietnam». Mas, Soler Muñoz no descarta la posibilidad  de que la frase naciera del rescate de una adolescente que encontraron herida en Quang Tri».  

EL INCIDENTE

Pasadas las dos de la tarde del 15 de septiembre de 1973, el Comandante en su periplo encontró a cuatro jóvenes heridos por una mina, cerca de la aldea de Vinh Linh; se detuvo a prestarle auxilio.

Entre las víctimas yacía inconsciente una niña; el Primer Ministro cubano ayudó a evacuarla, y dispuso que la ambulancia de la caravana trasladara a los heridos: «quédate y resuelve estos casos», le dijo Fidel al doctor Ariel, quien lo acompañaba en la travesía.   

Soler partió con los lesionados y no pudo ver el impacto que ocasionó el suceso en el Comandante. Pero Nguyen Manh Thoa, Coronel General del ejército vietnamita, a quien le habían confiado la seguridad de Fidel en Quang Tri, relató la reacción del líder cubano: «fue conmovedor; vi lágrimas en sus ojos», asegura Manh Thoa». 

Vietnam caló muy hondo en Fidel. Tanto que, pese a compartir con Ariel otros 57 viajes a diferentes partes del mundo, 43 años y 65  días después de su primera incursión por predios vietnamitas, entre cientos y cientos de vivencias de todo tipo, el jefe de la Revolución Cubana eligió la frase que todavía palpita en el pecho del galeno cubano: «el anestesista de Vietnam».  

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JUAN DÍEZ

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